Juana Molina:“Las canciones son como personas”


Es lógico que Juana Molina le escape a las definiciones cuando habla de su música. Sus procesos creativos suelen estar muy atravesados por la improvisación, la inventiva, el azar. Por eso son difíciles de catalogar. Cada tanto, ella ordena ese caos y lo sintetiza en un disco. Esta vez se llama DOGA y es el resultado del trabajo de los últimos ocho años, los que vinieron tras Halo (2017), su anterior álbum de estudio. Entre los dos Juana editó Anrmal (2020), grabado en vivo en México.

Ya cuando fue nominada para los Premios Gardel en la categoría “Mejor Álbum conceptual”, se quejó en voz alta: “Pensé que era una broma. Que me metan en cualquier categoría, pero no en esa”, dijo. También definió como “triste” la división por sexo de las categorías de los premios.

Con DOGA no hubo muchas novedades en cuanto a la metodología de trabajo: “Son temas bastante dispares en cuanto a su tímbrica –asegura ella–. Pasan por muchos lugares diferentes. No hay una intención determinada detrás de lo que hago. Más bien lo definiría como una inmersión en lo que va a apareciendo y un entusiasmo eventual por ese descubrimiento”.

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Durante la pandemia, cuenta Juana, estuvo escuchando mucho beat psicodélico de los 60 y los 70. “Cosas que no conocía de esa época y que me mostró Mario (por Mario Agustín González, su actual manager). Caravan, por ejemplo. Descubrí muchas bandas de esa época que estaban en una línea parecida y me copé”, revela.

“Siempre me gustaron los paisajes sonoros –reafirma–. A los 12 años me topé con la música hindú y me volví loca. Era lo único que quería escuchar. Pero en casa no había tantos discos. Se escuchaba lo que había. Así que escuché mucho esos discos que había. Después empecé a ir a la casa de alguien a quien apodamos ‘El hippie maleducado’, un tipo que vivía en las afueras de Madrid y era un adepto a la macrobiótica y también tenía en la casa mucha música hindú. En Francia descubrí la música de Asia Menor, la música árabe. Son todas músicas diferentes, pero que tienen la cualidad de transportarte. Músicas muy flasheras. Todo eso me formó, sumado a lo que escuchaba mucho mi viejo: de los Beatles a Eduardo Mateo y la música clásica. A mí me gustaban, y me gustan, Debussy, Ravel, Schubert… Los más plásticos, los que no son tan rígidos como Wagner, que me pone de mal humor. Pero todo ese bagaje está presente de alguna manera u otra en lo que hago hoy y en lo que hice siempre”.

El nuevo disco de Juana Molina tiene diez tracks de los cuales ya circula en plataformas digitales un adelanto, “Siestas ahí”, una especie de nana marciana que envuelve muy pronto la percepción del que lo escucha y lo lleva de paseo por 4 minutos y medio. DOGA tiene claras conexiones con el resto de una obra de impronta muy personal, distanciada deliberadamente de las convenciones y sostenida por el hilo invisible de lo que ella prefiere llamar “drone”, en sintonía con la corriente de la música minimalista y experimental que impulsaron pioneros como Yves Kein y La Monte Young. “Cuando hablan de ‘mantra’, algo que pasa bastante, por alguna razón lo siento como algo peyorativo”, aclara ella.

Como de costumbre, la reencarnación en vivo de los temas de DOGA será una etapa adicional, renovada de este flamante repertorio. Una capa más. Lo comprobarán los que vayan a los shows del 21 y 22 de noviembre en La Trastienda, en los que Juana tocará acompañada por Diego López de Arcaute y para los que ya están las entradas en venta. “Las canciones son como personas –se aventura Juana–. En el disco están con una ropa y en los shows con otra. Vos las reconocés, como también reconocés a un amigo que un día está vestido de una manera y otro día, de otra diferente. Con mis temas pasa un poco eso. En vivo, está lo esencial para que la canción sea ella. Y después hay cosas de la grabación que no están y cosas nuevas que van apareciendo y las reemplazan o se incorporan. Siempre digo que las canciones son marsupiales: crecen sin terminarse”.

Un repertorio con muchos pilares

A.L.

“Podés declarar a una canción como buena cuando la podés tocar de mil maneras”, sintetiza Juana Molina para dar cuenta de un aspecto clave de sus convicciones artísticas. La exploración constante, el ensayo, la prueba y el error, las variables sorpresivas son parte de su programa, siempre flexible. “Pero en mi música también hay otras cosas –apunta ella–. Algo como ‘Filter taps’, que está en el disco Tres cosas (2002). Eso es un clima musical, no es una canción. Nunca lo toqué en vivo porque ese tema sí que es la combinación de todo lo que pasa en él. No lo podés vestir con una ropa distinta. Lo mismo pasa con ‘MedDlong’, que está en Segundo (2000)”.

A medida que va editando discos, explica Juana, le va costando más armar los shows porque empieza a quedar menos espacio en la lista para temas que ella considera fundamentales de su carrera. “Tengo que tocar todos los temas de DOGA y después elegir entre muchos que salen muy bien en vivo –advierte–. Algunos están casi siempre porque me los piden todo el tiempo: ‘Un día’, ‘Paraguaya’, ‘Sin guía, no’, ‘Eras’… Son temas que ya cuando los empiezo a tocar la gente los celebra. Yo ya no tocaría más ‘Un día’, por ejemplo. Pero todos, incluso los músicos con los que trabajo, me dicen que lo haga. Creo que es razonable que cuando tenés muchos discos y estás contenta con lo que hacés te pase eso. Por eso muchos artistas con carreras largas hacen conciertos de tres horas. Porque tienen mucha música que vale la pena. Yo tengo que meterlo todo en una hora y media, así que tengo que sacrificar muchos de los temas que para mí son pilares en los shows”.



Fuente: www.perfil.com

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